Thursday

Gorras de mapache

Eran tiempos difíciles, tan difíciles que aún lo siguen siendo. Recuerdo haber pensado, mientras colgaba lastimeramente del pasamanos del metro, en la  urgencia de encontrar la forma de llevar algún dinero extra a casa. Tendría que ser un emprendimiento  porque, que supiera, no contaba con una tía abuela millonaria a quien heredar con prontitud.
Descarté de plano una serie de actividades lucrativas por ser en alguna medida incompatibles con mi carácter: nada de producir pornografía doméstica para la Deep web ni de apostar a las carreras de caballos ni de traficar con drogas; debía admitir que conocía muy superficialmente dichos rubros y que, dado el caso, hubiese operado con tanta solvencia como el dependiente de una pescadería haciendo de controlador de tráfico aéreo.
Me pudo haber ido bien con las estafas -modestamente, creo que tengo talento para embaucar-  pero se sabe que hoy por hoy las estafas se hacen por vía telefónica y cualquiera que me conozca podría dar fe de que ni bien acerco la oreja a un auricular me pongo sordo y tartamudo y me asaltan espasmos del síndrome de Tourette y hasta me vuelvo daltónico.
También descarté participar en concursos literarios pues lo considero poco honroso.
Durante algunas semanas mantuve mi propia librería online pero, como se dice, las cosas no marcharon según lo previsto. No caeré en la tentación de presumir de mi fracaso como hacen otros empresarios. Unos llorones, eso es lo que son.
Como se ve, tal era mi deslucido panorama cuando una tarde igual a cualquier otra, viendo por televisión La Pequeña casa en la pradera y teniendo la boca llena de pan remojado en té aguado, me vino a la cabeza una idea sensacional: me convertiría en cazador de pieles durante los ratos libres. Sabía todo lo que vale la pena saber sobre el oficio gracias a Hollywood a mi finado abuelo (una suerte de Daniel Bonne de la Patagonia) y a las incontables historias de pioneros, diligencias, indios y rifles que había leído por ahí.
El negocio podría ser venturoso; sin duda ayudaría la circunstancia de que cada invierno parece sentirse más frío que el anterior con lo que la demanda por abrigos, estolas y gorras de piel, estimo, se verá incrementada al rededor de un docientos treinta y siete por ciento en las próximas temporadas.
Además, en ciertos rincones de la ciudad (cuya ubicación no estoy tan loco como para hacer pública) existen verdaderas colonias de osos pardos y negros, ardillas, zorros y toda clase de animales del bosque. Incluso es posible toparse con especies exóticas como jaguares, tapires y hasta ornitorrincos
Lamentablemente la población de mapaches resulta más bien reducida. Es una pena porque las gorras hechas con su piel causarían verdadero furor en el mercado de invierno y me aventuraría a decir que hasta entrada la primavera.
He estado pensado detenidamente en el problema de los mapaches. A mi modo de ver sólo caben dos posibilidades: o los mercados americano y asiático acaparan el grueso de la producción, o bien la industria del mapache de peluche es insignificante comparada con la de los osos teddies, los conejos y los cachorritos de piel sintética.
Igualmente busco socio capitalista.

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2 Comments:

Blogger C. B. said...

Creo que ya lo dije en alguna ocasión, pero no me importa repetirme: usted siempre SIEMPRE me entretiene. Generosa virtud la suya!
(De chico tuve un disfraz de Daniel Boone con su gorra y todo. Este remoto recuerdo de mi infancia quedará desde hoy unido a su post con un hilo sutil y cordial. Muchos saludos.)

16 July 2017 at 12:14  
Blogger M. said...

Me alegra lograr divertirlo. Espero alguna vez también sugerir mundos inexplorados, revelar verdades que permanecían ocultas, adelantarme a la sensibilidad y el intelecto de nuestra época, pero sinceramente me vale más entretener,y más aún si va ligado a sus encantadores recuerdos de infancia. Saludos amigo.

21 July 2017 at 20:45  

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