Smoky en Santiago
Con ocasión del fin de año lectivo, mi hermano Smoky anduvo de visita por acá e intentamos perder el tiempo juntos como en mis mejores años de vagancia. Entre mates, cervezas y cigarrillos, nos despachamos la mayor parte de esas famosas ocho horas diarias de las que uno, oscuro funcionario público, dispone para ir al cine, emborracharse o simplemente echar un polvo. Y así nos pasamos semanas, charlando sin apuro, sobre cualquier cosa, sobre geopolítica, la Premier League o asuntos estrictamente familiares, en definitiva, desplegando nuestras respectivas visiones de mundo por las que desde niños hemos sentido mutua simpatía.
-Excelente placa -comentó Smoky, que resultó considerablemente arañado tras la operación.
-Tiene grabados su nombre y teléfono. Por si vuelve a las andadas -acoté.
-¿Donde las graban? -preguntó.
-En la calle. Glenda descubrió a unos jipis que lo hacen por un precio razonable -respondí.
-¡Ah! Veo que pudo encontrarles una utilidad -observó y se puso a reír por lo bajo con su característico temblor de hombros.
Se le extrañará.