Tuesday

Aventura a medias

Una librería de viejo, una seria, tiene que considerar entre sus existencias un conveniente amasijo de gatos viejos, polvo y chatarra literaria. Debe tratarse de atmósferas enrarecidas, lugares más bien sórdidos, provistos de un gran fondo de Pearl S. Bucks y Vicky Baums descuadernados y mohosos y, en lo posible, de fantasmas. Si se tiene entre cejas, digamos, el Ministerio del miedo de Graham Greene, lo más probable es que, tras escarbar como sabueso en estantes repletos de John Grisham y cajas en las que conviven Reader's Digests de los noventas, pacientes arañas y novelas de Simenon, termine uno dándose por vencido. En cambio, con suerte, desenterrará un magnífico Flaubert o una segunda edición de González Vera. Más de una vez, embriagado de entusiasmo, he creído estar llevándome a casa un modesto tesoro, solo para descubrir, muy tarde, que se trataba de un tomo suelto, aquel equivalente bibliográfico al calcetín desparejado. Hace unos meses pensé que había dado con la novela Oblomov de Iván Goncharov. Inmediatamente comuniqué a Glenda el hallazgo:
-En éste libro sucede poco o nada. Oblomov, el protagonista, se la pasa tumbado en el diván sin decidirse por empresa alguna. ¿No es una historia fascinante?
-Si -concordó.
Estaba de un humor radiante, claro, hasta que leí en la portada: "Tomo II y último".
-Es el segundo tomo -balbucí. Glenda procuró consolarme:
-No estés triste, no pasa nada: tu Oblomov debe seguir recostado en su diván.

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Saturday

Breve teoría del préstamo de paraguas

Esta semana, menos lluviosa que la anterior, estuve pensando insistentemente en formas de perder libros. Mis afanes no eran meramente teóricos, pues se trataba sobre todo de hacer un inventario de libros perdidos y trazar un plan de reivindicaciones. Advierto que la empresa es de una mezquindad que no se condice para nada con la actitud que un caballero del sur está llamado a observar. Así las cosas, no ahondaré en el préstamo como forma de perder libros que amamos -y que prestamos precisamente porque amamos-. Dejaré pasar el tiempo. Por lo demás estoy seguro de que prestigiosos cronistas han abordado el asunto con suficiencia. En cambio, he comenzado a dar forma a una suerte de de teoría del préstamo de paraguas. El supuesto es el siguiente: visitamos a alguien una tarde nublada. La velada se extiende hasta entrada la noche. Comienza a llover. Comentamos que el pronóstico de tiempo era vago e inexacto, por lo que no suponíamos que lloviese de tal forma. Mencionamos con cierta timidez que hay una curiosa relación entre la lluvia santiaguina y la noche; “¿cómo sabe la lluvia que es de noche?”, decimos citando a Thurston Moore. Nos aburrimos hablando del clima un rato más (en el fondo no nos animamos a salir a la intemperie). Cuando la situación se torna insostenible -el anfitrión bosteza vistosamente, comenta que debe levantarse al alba para atender un asunto importantísimo y comienza la triste ceremonia de levantamiento de vasos sucios y vaciado de ceniceros- entendemos que tenemos largarnos sin más trámite. Entonces, o se apiadan y nos prestan un paraguas, o apelamos a la amistad y pedimos uno. El punto es que resulta imposible devolver ese paraguas que nos han prestado. El anfitrión lo echará de menos lo que resta de la temporada y tal vez lo siga recordando la siguiente. Puede que al otro día se moje de camino al metro y comience tomarnos rencor. La amistad se resentirá. Tal vez dejarán de invitarnos, comenzarán a ignorar paulatinamente nuestras noticias en Facebook y cuando los convidemos a casa, siempre tendrán entradas para ir a la ópera con sus abuelas. Una tremenda injusticia, pues no hay mala voluntad de nuestra parte. Insisto: es imposible devolver un paraguas prestado. Formulado el supuesto de la teoría, explicaré su desarrollo. No es posible devolver un paraguas porque, en primer lugar, no se puede simplemente salir con uno bajo el brazo un día en que el sol brilla. Es absurdo por donde se lo mire: el paraguas, pese a las afinidades etimológicas con la palabra umbrella, no es una sombrilla. Tampoco podríamos, sin más, elegir un día lluvioso para la devolución, pues en tal caso estaríamos en la situación -aún más absurda- de regresar a casa bajo la lluvia, es decir, en el mismo punto en que nos encontrábamos aquella noche en la casa de nuestros amigos. Seguramente un alma práctica apuntaría que la solución estaría en llevar dos paraguas: el que devolveremos y el que desplegaremos de regreso a casa. Debemos descartar tales eclecticismos: un paraguas puede cobijar a una, dos y hasta tres personas, pero jamás se ha visto que una sola persona decente lleve dos paraguas a la vez. Y en cualquier caso, no quisiéramos parecernos a ese infeliz personaje de Alejandro Zambra -el hombre más chileno del mundo-, que caminaba por las calles de Lovaina sirviéndose de un paraguas azul para mantener el equilibrio, y de uno negro, para la lluvia. La posibilidad de que dos personas caminen codo a codo, cada cual cargando su propio paraguas y que luego retornen bajo uno solo, resulta odiosa por las razones anteriormente apuntadas y, a mayor abundamiento, por motivos de seguridad: es extremadamente fácil que aquella de menor estatura, por obra de los agudos palillos del paraguas, deje tuerto a su acompañante al acercarse para atender a la conversación entorpecida por el estrépito de la lluvia. Por honestidad filosófica debo reconocer que no es del todo imposible devolver un paraguas. Bastaría con contar con un preciso parte meteorológico que asegurara que va a llover de tal a tal hora para que luego, cuando haya escampado, pudiésemos desandar nuestro camino, con la cabeza descubierta, silbando alegremente y saltando sobre las posas, si se quiere. Pero la verdad es que, desde tiempos del almirante FitzRoy, la meteorología no ha demostrado ser una ciencia que otorgue garantías de confiabilidad. Las perspectivas que inaugura mi esbozo de teoría del préstamo de paraguas abren un importante campo de estudio, a mi juicio, insuficientemente desarrollado: la teoría de los regalos perfectos, donde el paraguas usado tendría un lugar preeminente.

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Sunday

La hija del abogado

 
Me intriga esta chica. Hay un trágico no se qué en su concienzuda nariz, en ese mentón displicente y en su aterciopelado labio superior. Hasta cierto punto diría que me he obsesionado con ella. Creo reconocer algo de la tristeza de Amy Winehouse menos una peluca voluminosa y docientos cincuenta gramos de maquillaje. O a Virginia Woolf esponjada y espolvoreada con azúcar flor. Pero no se trata de eso. No sé. Probablemente estoy de patio. Me entero de que es Miss Alice Lewis retratada por Lawrence Alma-Tadema en 1884. De acuerdo a mis investigaciones era hija de Sir George Lewis, en su tiempo, el abogado más astuto de todo Londres. Su madre, Victorine Kann, murió tras el parto en abril de 1965, de lo que se deduce que Alice tenía 19 años en la pintura, que su signo zodiacal podría ser Aries o Tauro, pero no mucho más. Se sabe que Lady Lewis, casada en segundas nupcias con su padre, convirtió su salón en albergue de poetas, pintores y todo género de bohemios victorianos. En su árbol genealógico -aquella afición que los británicos suelen llevar al paroxismo -dice: "Death: (Date and location unknown)". No encuentro otros datos. Seguramente murió de aburrimiento. 

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Un naufrago malagradecido

Anoche el bueno de Pablo Camilo me leyó esta noticia aparecida en El Dínamo el 30 de julio. Hay pocas cosas más  insustanciales que el recorte de prensa un diario electrónico. ¡Ah, el papel! ¿Con qué si no envolveríamos el pescado? En fin, corto y pego digitalmente.

"La escena ocurrió a finales de abril, en medio del mar, al sur de la costa de Guinea, en el océano Atlántico. Un barco de 60 metros de largo se hunde lenta pero inevitablemente. Entre las 40 personas que componen la tripulación cunde el pánico y gritan por ayuda. Menos uno. El capitán, en una escena descrita por los testigos como algo jamás visto, se ve tranquilo. Pero no sólo eso.
El hombre aplaude mientras su barco se hunde.
El capitán del barco llamado Trueno (Thunder) es Luis Rubio Cataldo, es chileno, y está a cargo de uno de los cinco barcos pesqueros pirata más buscados del mundo, etiquetados por la Interpol con la “Purple Notice”, que es como una lista de “los más buscados” pero del mundo marino.
Luis Rubio está terminando así una persecución que duro 110 días, que empezó en aguas de la Antártica y terminó en las costas de Nueva Guinea. Los incansables persecutores son dos barcos de Sea Shepherd, una organización ecologista internacional que protege a las especies y el ecosistema marino. Dos de sus principales financistas son Martin Sheen y Sean Connery.
Cazar al Thunder es el fin de una persecución que se extendió por casi cuatro meses y más de 10 mil millas náuticas, dos mares y tres océanos. El barco a cargo del chileno ha intentado chocar y hundir a sus escoltas, sin éxito.
El Thunder es en el mundo de la pesca ilegal famoso por ser el que más ganancias ha recaudado en la historia- principalmente gracias a la pesca de la merluza negra, también conocida como bacalao austral, o merluza chilena, un pez que puede vivir hasta 50 años, llegar a pesar 10 kilos y medir casi dos metros- con ganancias estimadas en 76 millones de dólares, desde que se emitió su prohibición de pescar, en el año 2006. Desde entonces el Thunder elude a la justicia del mar cambiando sus banderas y sus patentes.
El principal país demandante de la merluza chilena es Japón y se usa para preparara el sashimi.
Los barcos que persiguieron al Thunder fueron dos: el Bob Barker y el Sam Simon, el primero capitaneado por Peter Hammarstedt que fue el encargado de rescatar y subir a su embarcación al capitán chileno y su tripulación, compuesta por españoles e indonesios. “Nunca había visto a alguien aplaudiendo mientras se hunde su barco. Me lleva a pensar que lo hundió a propósito, para esconder evidencia”, dijo.
Luego de ser revisados en busca de armas, a Rubio y su tripulación le prestaron ropa seca y los llevaron hasta tierra firme, en la República de Santo Tomé y Principe, allá, a principio de junio, fueron formalizado por una serie de delitos que incluyen pesca ilegal, quema de basura en alta mar, ataques a otra embarcaciones, y un largo etc. tan largo que las autoridades locales se dieron tres meses para investigarlos. Este mes debería comenzar el juicio en contra del pirata chileno.
Al capitán Hammarstedt otra cosa del chileno le llamó la atención también, en entrevista con The Sidney Morning Herald dijo: “Mientras los indonesios iban como agradecidos de que se hubiese acabado la persecución, los españoles iban callados, como taimados. Pero el chileno se vino todo el viaje de vuelta alegando. Nunca en mi vida vi un naufrago tan malagradecido.” 

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Saturday

Escribir libros

El arte de la fugacomo el cometa Halley, es brillante y se hace esperar. En promedio, Ossip, su autor, ha actualizado el blog una vez por año desde el 2011. Con lucidez envidiable explica: "Es que si trabajo me alieno". La elegante lentitud de Ossip contrasta con la sobreproducción de entradas en blogs como el mio. Me  avergüenzo, claro, pero etcétera. Tomé prestada la forma de sus fugas por vampirismos que, espero, parezcan disculpables.
Uno. "Querido papá:
Me entero de que estás por ir a París. Comparto contigo la alegría que debes sentir al visitar la capital, que tanto me gustaría conocer y a la que con tanto gusto iría en tu compañía. Comprendo que mis trabajos escolares hacen imposible este viaje, pero aprovecho la ocasión para preguntarte si te sería posible comprarme allí uno o dos libros. Los que tengo los sé ya de memoria. Elíjeme los que quieras. Pero sin embargo, si no te es molesto, preferiría la Henriada, de Federico María Arouet de Voltaire, y la Nueva Heloísa, de Juan Jacobo Rousseau. Si me los traes (en París los libros son muy baratos) te juro que el maestro no podría pillármelos nunca. 
Respuesta del señor Lepic. 
Querido Pelo de Zanahoria:  
Los escritores de los que me hablas eran hombres como tú y como yo. Lo que ellos han hecho, puedes hacerlo tú. Escribe libros y serás el primero en leerlos." (Pelo de Zanahoria de Jules Renard) 
Dos. "De todos los modos de adquirir libros, escribirlos uno mismo es considerado el método más digno de alabanza. En este punto muchos de ustedes recordarán con placer la inmensa biblioteca que Wuz, el pobre maestro de escuela de Jean Paul, adquirió gradualmente al escribir, él mismo, todos los trabajos cuyos títulos en catálogos de ferias de libros le resultaran interesantes; después de todo, él no tenía los medios para comprarlos." (Desempaco mi biblioteca de Walter Benjamin)

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