Sunday

Llewellyn Jones

Paseaba concienzudamente por el barrio sin escatimar en silbidos, lentitud del andar, apunte de notas mentales y discretos espionajes cuando realicé lo que en mi concepto constituye todo un descubrimiento: a pocas cuadras de mi casa hay una pequeña calle en forma de te, sin salida, llamada Llewellyn Jones. No tiene nada particular pues figuran los consabidos edificios de séis pisos, árboles frondosos, gatos y más gatos, árboles frondosos y edificios de séis pisos, justo como en todo el barrio. Entonces, ¿qué  tiene de grande el descubrimiento de una vulgar callecita llamada Llewellyn Jones? Pues que no tenía idea de la existencia de dicha calle como tampoco la menor noticia del tal Llewellyn Jones, lo que constituye a todas luces una singular convergencia de ignorancias. ¿Quién habrá sido este señor Jones? ¿Qué obras habrá realizado para merecer que bautizasen a aquella callecita sin salida con su nombre? ¿Porqué razón será conocido acá en Santiago de Chile cuando seguramente nació en Pennsylvania o Paris, Texas?  Creo, basándome en absolutamente nada, que debe haber sido un pistolero forajido y gran bebedor de whiskey de maíz, ladrón de caballos y busca pleitos quien, tras el asalto del banco de Mexicali, desfalcó a su propia banda huyendo con el botín a América del Sur, donde, acosado por la culpa, decidió donar una importante suma a la Iglesia para el socorro de viudas y huérfanos de veteranos de la Guerra del Pacífico. ¡Quien sabe! En cualquier caso, por respeto a la memoria de Mr. Jones, no emprenderé una investigación wikipédica express y me limitaré a subir la foto de una lápida en la que tal vez descansen los restos del presunto bandido.
Otra cosa que me tiene sumamente intrigado por estos días es la siguiente: ¿porqué los cowboys siempre visten ropa interior colorada?.

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Friday

Psicopatología de la vida cotidiana

La vista de mi austero departamento, en el que no sobra nada salvo la nada misma, me hizo reflexionar en lo mal llamado del Mal de Diógenes, pues, hasta donde tenía entendido, Diógenes era un tipo que se contentaba con bien poco (claro, él diría mucho): un tonel, una lamparita, con que Alejandro Magno diera un paso al costado para no taparle el sol y dos o tres zarandajas más. Por donde se lo mire la filosofía práctica del cínico nada tenía que ver con el aprovisionamiento de grandes cantidades de peines, revistas de deporte, corchos de champagne, ropa de nieve y otros muebles de dudosa utilidad característico del síndrome homónimo. El caso es que me puse a buscar una representación del filósofo ateniense -manía que arrastro desde las enciclopedias de la infancia, vuelta compulsión en los tiempos de internet- y en tal labor descubrí que Wikipedia llamaba la atención sobre la misma apreciación crítica a la que había arribado la víspera, en la contemplación de mi perruna forma de vida.
-Y bueno- me consolé con cinismo - ¡ni falta que me hace la originalidad!.
Pero resulta que me quedé con la bala pasada y, para ser sincero, se las tengo prometida a una acabada y novísima investigación sobre la oscura asociación entre el legendario Barón de Münchhausen y el síndrome que lo tributa.

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Monday

Ciudad del mar

Vacaciones ficción imaginadas desde una ciudad sin mar. Historias insoladas de testigos protegidos de crímenes espeluznantes. Nombres falsos. Maletas de absurdo contenido. Biblias puestas sobre mesas de luz. Apocalypse Now en una TV minúscula de madrugada. Saigón. Planes de desaparición tras palmeras en llamas. Puesta en suspenso indefinida del hábito de tener pasado y vestir calcetines. Lentes de sol permanentes. Fumadas largas y silenciosas. Cartagena, no la de Indias, la de Vicente Huidobro enterrado de cabeza y Adolfo Couve colgando a medio metro del suelo. Mentiras faltas convicción. Confusión del rumor de la playa con un canto de sirenas o jazz. Ser un erizo de mar. Etcétera. Cosas de esta índole navegan por mi acalorada cabeza y aunque suene algo paranoico preguntarle a una ciudad, con mar o sin él, "¿tanto placer te dan / tus pequeñas victorias?", son mis líneas favoritas de esta canción de Françoiz Breut.

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Friday

Gratitud

Las deudas de gratitud en particular, y el comercio de cortesías en general, siempre me han causado una tremenda gracia, pero, cinismos e irreverencias aparte, me parecen temas más bien serios y delicados. Y es que en ellos se entrelazan tan apretados el honor y el ridículo como podrían hacerlo en la cara de un guardia del Palacio de Buckingham que intentara mantener la compostura marcial mientras procura desembarazarse, un tanto desesperado ya, de una mosca que se las ha tomado con su nariz. Explicaciones más, explicaciones menos, deseo apuntar una causal de deuda de gratitud, sobresaliente en mi opinión, tomada de mi nuevo cuento de fantasmas favorito El Perro de Turgueniev, donde se presenta a uno de los héroes (el otro es el prerro), Porfiri Kapitónovich, en los siguientes términos: "(El) hombre era un terrateniente modesto de Kaluga, recién llegado a Petesburgo. Había servido en  los húsares y después de arruinarse jugando a las cartas, se había retirado instalándose en el campo. Dado que las últimas reformas económicas había reducido sus ingresos, se fue a la capital en busca de alguna prebenda. carecía de talentos y no tenía ningún enchufe, pero confiaba mucho en un viejo compañero de armas, convertido inesperadamente en personaje importante y al cual en cierta ocasión había ayudado a zurrar la badana a un  fullero". Quizás el zurramiento de badana a fulleros sea de lo más corriente en Rusia pero ¿cómo saberlo si no hablo el idioma ni soy capaz de empalidecer y sonrojarme a velocidades cercanas al millón de años luz del Calendario Juliano? Quedo impresionado otra vez con las cosas del alma rusa.

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